
El presidente Donald Trump ha comenzado a suavizar su retórica con China y se dispone a reducir la presión arancelaria más agresiva en la historia comercial reciente de Estados Unidos, anticipando un posible acuerdo bilateral. Tras semanas de tensiones crecientes, en las que … su Administración impuso gravámenes de hasta casi el 150% sobre productos chinos, el mandatario sugirió este miércoles en la Casa Blanca que está abierto a renegociar algunos de esos impuestos, aunque advirtió que los aranceles que se mantengan «no serán del cero».
«Estamos ganando mucho dinero para este país. Ya no vamos a perder dos billones de dólares al año en comercio», declaró Trump a la prensa durante una comparecencia improvisada en el jardín sur de la Casa Blanca. «Hasta ahora nos han estafado durante años, países como China o la Unión Europea. Pero eso se acabó. Vamos a ganar mucho dinero para nuestro pueblo y a poder bajar los impuestos sustancialmente», añadió, en un mensaje orientado tanto al electorado como a los mercados, inquietos ante las consecuencias de la escalada comercial.
Consultado directamente sobre la posibilidad de un acuerdo con Pekín, el presidente fue lacónico: «Va a ser justo». Y añadió: «Todos quieren formar parte de lo que estamos haciendo. Saben que ya no pueden aprovecharse como antes, pero también van a salir bien parados. Vamos a tener un país del que podamos estar orgullosos. Ya no vamos a ser el hazmerreír del mundo».
Las declaraciones del mandatario coinciden con informaciones publicadas por ‘The Wall Street Journal’, que citan a altos funcionarios estadounidenses evaluando una posible reducción general de los aranceles a China de entre el 50% y el 65%. Se contempla, además, un sistema escalonado: los productos no considerados estratégicos enfrentarían tasas más moderadas, mientras que sectores clave —como los semiconductores, minerales críticos o componentes militares— seguirían gravados con tarifas de más del 100%.
Semanas de tensión
Esta aparente distensión llega tras semanas de represalias comerciales recíprocas entre Washington y Pekín que han alterado los mercados globales. China suspendió importaciones clave como madera estadounidense y gas natural licuado, e impuso sus propios aranceles sobre maíz, carne y productos electrónicos. También revocó la exención de tarifas para paquetería de bajo valor, encareciendo millones de envíos individuales entre ambos países.
Desde su regreso a la Casa Blanca, Trump ha hecho de los aranceles una herramienta central de su estrategia económica y diplomática. En un discurso reciente, llegó a afirmar que «la palabra más hermosa del diccionario es arancel». En sus declaraciones del martes, el presidente vinculó esa visión con la historia fiscal del país: «En 1913 nos metieron el impuesto sobre la renta. Antes no lo teníamos, todo eran aranceles, y teníamos el país más rico del mundo. Tenían comités solo para decidir cómo gastar el dinero porque había de sobra», dijo.
Ese enfoque —que vincula soberanía económica y autosuficiencia fiscal— resuena entre parte de su base electoral, pero ha generado preocupación entre los principales socios comerciales de Estados Unidos, como Canadá, México, la Unión Europea o Japón. Las medidas han sido criticadas incluso por miembros del Partido Republicano, que alertan sobre el riesgo de una contracción comercial global y de una merma en la competitividad de las exportaciones estadounidenses.
Pese a los efectos colaterales, Trump se mantiene firme en su defensa de la política de reciprocidad. «Estábamos perdiendo entre tres y cinco mil millones de dólares al día. Eso se acabó. Vamos a ganar dinero con todos, y todos van a estar contentos», declaró.
El pasado 2 de abril, Trump impuso aranceles recíprocos del 10% como base, con aumentos escalonados para países con desequilibrios comerciales más acusados. El 9 de abril estaba previsto que se aplicaran tasas diferenciadas por país, pero el presidente dictó una moratoria de 90 días para todos los países excepto China, cuyas importaciones permanecen sujetas a las tarifas más altas. En paralelo, Pekín ha intensificado sus contactos con otras potencias, entre ellas la Unión Europea. El presidente del Gobierno español, Pedro Sánchez, viajó recientemente a Pekín con el objetivo de estrechar lazos bilaterales y explorar nuevas rutas comerciales.